Ya hace un año de tu ausencia física, un año desde que emprendiste aquel viaje que todos haremos, pero que nunca parece llegar en un momento oportuno para el resto.
Sin embargo no has dejado de estar presente, cada día algo te trae a los pensamientos. Aquellos días en que solíamos acompañarte a lo que era tu pasión, el fútbol, que sólo la edad te privó de seguir realizándolo y tuve la fortuna de alguna vez compartir un mismo partido contigo, o tus historias de niñez que se extrañan en cada reunión familiar, eras muy conversador y buen anfitrión. Siempre dispuesto a ayudar a todos, tanto que solía decirle a la mamá que sólo te hacia falta una capa.
Adorabas la simpleza de los días pasados, lo que se reflejaba en tus historias o tu gusto por los tangos y odiabas la burocracia de los días actuales.
Dios nunca faltó en tus agradecimientos diarios.
Yo siempre conté con tu apoyo, aún con tu manera esquiva de ser, con ese carácter del que también tengo algo. Ese carácter que cedía facílmente ante las emociones. En los malos momentos eras como eras, como somos la mayoría y nada se te puede reprochar, porque con el tiempo y la llegada de tus nietos fuiste cambiando y haciéndote más flexible.
Nunca olvido y muchas veces quiero volver a oír tu saludo de cada día diciéndome solamente "Wladimir", con ese respeto que yo sentía me demostrabas y que era mutuo. Ese respeto que siempre te tendré y del cual eres merecedor, porque para todos quienes te conocían eras Don Mario y para mi un gran padre.
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